Pensar la psicopatología dualista: Proceso o Desarrollo

El problema proceso o desarrollo

Dr. Carlos De Los Ángeles

El  dualismo  empírico  de  Descartes  se vislumbra  en  la  bifurcación  de  W. Dilthey  del comprender y el explicar, porque en cierto modo se plantea la cuestión cuerpo-alma.

Esta  base  dual  es  la  que  introdujo Jaspers  (1910 y  1913)  en  la  psicopatología: lo médico  o  científico-natural  y  lo  psicológico  o científico-cultural.  El  dilema  entre  proceso  o desarrollo de una personalidad.

La obra de Jaspers con la que introduce a Dilthey en la psicopatología es un bello estudio llamado   “Delirio   Celotípico,   contribución al problema: ¿Desarrollo de una personalidad o Proceso?” (1910).

Estos  dos  conceptos  continúan  siendo claves en la psiquiatría actual, son como piedras angulares para poder fundamentar el abordaje de un caso clínico, al punto que trato de acostumbrar a los médicos residentes a preguntarse al término de la  historia  clínica: Esto  corresponde  a  un desarrollo  o se  trata  de  un  proceso?  Una vez contestada  la  pregunta  en la  intimidad  del psiquíatra, pasa a estudiar el caso en detalle, y si fuera necesario y posible hacer un diagnóstico y entonces, sólo entonces,  instaurar un tratamiento adecuado.

Los psiquiatras hacen múltiples intentos por   abandonar   el   dualismo   cartesiano   para fundamentar    una    psiquiatría    unitaria,    la psiquiatría antropológica.  En  este  sentido se inscriben  la  concepción de  endogeneidad  de H. Kunz como “carácter de acontecer interno” (1954), Hubertus Tellenbach (1961) y López Ibor (1966). Por su parte, Alonso-Fernández (1976 y 1981) sostiene que puede avanzarse hacia una psiquiatría unitaria por el camino  de  las  nociones  antropológicas y endógeno-vivenciales.

Creo   que   aun   así,    continuaremos utilizando el dualismo cartesiano por su utilidad para la enseñanza  y  entendimiento  del  campo psiquiátrico,  por lo menos hasta que se logre el objetivo deseado: la psiquiatría unitaria.

Castilla del Pino (1978) apunta que hacia 1914 se iniciaron tres rutas en la investigación psiquiátrica: La clínica, la psicoanalítica y, la psicopatológica.

En  la  clínica,  Eugen  Bleuler  (1857-1939) publica  “La  Demencia  precoz  o  el  Grupo  de las Esquizofrenias”  (1911),  en la que reclasifica los cuadros clínicos descritos por Emil Kraepelin (1856-1926) y divide lo síntomas en primarios (fisiógenos)  y  secundarios  (psicógenos). Por primera vez  las tesis psicoanalíticas entran al campo de la psiquiatría académica, esto gracias a los  trabajos  de  C. G. Jung (1875-1961) quien colaboraba para la época con E. Bleuler. (1909).

Con ello, Bleuler muestra la posibilidad de modificar el edificio nosológico de Kraepelin.

Al  margen  de  la  psiquiatría oficial Sigmund Freud (1856-1939) trabaja en demostrar la insuficiencia  terapéutica  de  la  catarsis  para lograr la curación y en su lugar propugna por el “desmantelamiento de las sucesivas resistencias del paciente”. En “Lecciones   Introductorias al Psicoanálisis” (1915-1917) sistematiza  sus bases doctrinales.

Karl Jaspers (1883-1969) inicia en  1913 una nueva investigación  psicopatológica con  su “Psicopatología   General”   cuya   influencia   se mantiene hasta el día de hoy.

Jaspers supera  el  positivismo  en la psicología tratando de captar el síntoma psíquico como un todo en sus rasgos formales (fenomenología) y si son o no comprensibles desde el punto de vista psicológico.

La  obra  de  Jaspers  se  enraíza  en el pensamiento de Brentano (1838-1917), de Husserl (1859-1938) y de Dilthey (1833-1911).

Resulta interesante el dato de que Brentano haya sido maestro de Edmund Husserl y de Sigmund Freud adolescente impartiéndole filosofía durante dos años.

Para  Jaspers  los  síntomas  psíquicos carentes de sentido, es decir, incomprensibles, deben estar ligados a un proceso morboso (somático); mientras, que aquellos que mantienen su continuidad de  sentido con respecto de la totalidad de vida psíquica y resultan por lo tanto, comprensibles en sus aspectos formales, contenido y en su origen; se deben a motivos, esto, es, encuentran su motivación en la biografía, proceden de un desarrollo anómalo de la personalidad.

Los síntomas en el proceso no pueden ser comprendidos,  sino  explicados  en  su  causalidad somática.  Por  el  contrario los  síntomas  en el desarrollo son asequibles a la comprensión por sus motivaciones psicológicas y vivenciales.

La causalidad somática de  los síntomas procesales puede ser conocida (proceso orgánico) o desconocida, pero, supuesta con absoluta seguridad. (Proceso psíquico).

El  concepto médico de proceso corporal destructivo y de evolución prolongada que produce un defecto definitivo en el rendimiento del sujeto es transportado por Jaspers a  la psicopatología como proceso orgánico. (Alonso-Fernández. 1976). “En el proceso orgánico como entidad psicopatológica, la  destrucción afecta al cerebro, siendo la desintegración de  la personalidad su epifenómeno psíquico”(Alonso-Fernández.1976 y 1979).

 El modelo ideal de proceso orgánico está representado por las demencias seniles.

En el proceso psíquico no ocurre una destrucción, sino, una transformación psicológicamente incomprensible de la personalidad y su base somática es desconocida hasta la fecha. El ejemplo típico de proceso psíquico está constituido por las esquizofrenias.

El desarrollo anómalo de una personalidad consiste  en  que  aquellos  fenómenos, que por cualquier motivo sean llamados patológicos, en este caso los podemos comprender a partir del juego de las relaciones racionales y psicológicas dentro del contexto de una conexión de sentido de la vida psicológica que se mantiene aun cuando los síntomas nos puedan parecer extraordinarios. Es posible que nos enfrentemos a variaciones extremas y anómalas de la personalidad, pero, mientras la unidad de la personalidad permanezca con toda su peculiaridad, desde el nacimiento hasta su declinación, estaremos pisando el terreno del desarrollo. Allí donde no pueda  aprehenderse  esta  continuidad  de  sentido deberemos hablar de “algo nuevo” que se presenta y que es extraño a la personalidad produciendo una ruptura de la continuidad de sentido, una quiebra del hilo biográfico; este novum psíquico es el proceso.

En campo del desarrollo anómalo hoy se admiten tres clases etiopatogénicas:

1- Disposicionales,

2- Reactivos y,

3- Psicógenos.

Los desarrollos anómalos disposicionales se fundamentan en factores dados,   dísposicionales, lo  que corresponde con la visión de los psicópatas de la antigua psiquiatría. Los desarrollos  anómalos reactivos están vinculados al sector de los “niños difíciles” y se entienden como resultado de una reacción  vivencial  anómala  encronizada. Los desarrollos  anómalos  psicógenos  se caracterizan por el  contrario, porque surgen de un conflicto psíquico reprimido al inconsciente, esto hace que se  correspondan  con  la  psicodinamia  de  las neurosis.

En su primera concepción Jaspers preconizó que el proceso era incurable y que no había la posibilidad de cuadros intermedios con el desarrollo, luego modifico estas exigencias.

Para  la misma época en que se inician estas tres corrientes de investigación se producen otros   hechos   independientes   pero   de  gran importancia,  entre ellos, los  estudios  de  las psicosis sintomáticas y la inespecificidad de las síndromes respecto de la etiología, llevados a cabo por Karl Bonhoeffer (1868-1948) y con la que abrió una brecha en la sistemática de Kraepelin; para quien solo se puede crear una unidad nosológica si para  una  misma  etiología  existe una clínica concordante, un  curso  equiparable  en  todos  los casos,  una anatomía patológica común y un final idéntico”. Pues bien, Bonhoeffer mostró que  los síndromes psíquicos no son específicos de una determinada etiología. Por ejemplo, la aparición de un síndrome depresivo  puede ser debida, tanto a un tumor cerebral., como a una intoxicación o factores endógenos.

Por otro lado, continuó el trabajo locañlizacionista de la escuela de Wernicke con su discípulo Karl Kleist, tratando de hallar una correlación entre la afectación de determinadas estructuras cortico-subcorticales y los síntomas y síndromes psicopatológicos. La obra de Kleist está basada en las observaciones que hizo durante la segunda guerra mundial, de las heridas cerebrales y sus consecuencias.

Retomemos el hilo de la cuestión proceso o desarrollo.

Alonso-Fernández (1976) advierte que sobre la concepción  de  Jaspers  se  montó la psiquiatría como una ciencia dual, una ciencia de dilemas.   Enumera:

a) El dilema psicopatológico “alteración  de  la  forma  en  tanto  función vital extrapsíquica o    alteración    del    contenido intrapsíquico”.

b) El dilema metodológico, comprensión o explicación.

c) El dilema nosográfico, “malformación  psicológica  en  tanto variante extrema del modo de ser normal (desarrollo anómalo) o enfermedad psíquica, en  tanto epifenómeno de una alteración estructural del organismo, conocida (proceso orgánico) o supuesta proceso psíquico)”; y por último,

 d) El dilema terapéutico, psicoterapia en los  desarrollos anómalos o somatoterapla en los procesos.

Alonso-Fernández (1976 y 1979), siempre con la mira puesta en superar el dualismo empírico apunta que “la denominación de proceso es aplicada a  ciertas alteraciones psíquicas producidas por enfermedades corporales conocidas o postuladas. La entidad llamada desarrollo abarca, además de  la línea evolutiva de la personalidad normal, las anomalías psíquicas independientes de cualquier clase de somatosis. En tanto en el proceso existe una alteración de las formas psíquicas, en el desarrollo sólo están alterados los contenidos. La admisión de dmisión de una insalvable sima y una incompatibilidad entre ambas entidades constituye el básico principio de la psicopatología dualista. Así queda deslindado, de un modo absoluto, el material psicopatológico de base corporal (psicopatología explicativa y objetiva) del material psicopatológico, o al menos anormal, originariamente anímico (psicopatología comprensiva y subjetiva).

La aceptación  por el contrario, de una zona de tránsito ocupada por estadios intermedios entre el proceso y el desarrollo, así como de asociaciones y conexiones temáticas y funcionales o formales entre sus respectivas alteraciones,   la existencia de notas comprensibles en el proceso y notas incomprensibles en algunos desarrollos, resulta imprescindible para la visión globalista y unitaria de la psicopatología, hasta el punto donde esta visión unitaria  sea posible“.

La oposición más clara se da entre proceso orgánico y proceso psíquico, diferenciación que se muestra a través de la etiología, los síntomas y la  evolución. Alonso-Fernández (1976) apunta la excepción a esta regla constituida por la epilepsia   temporal   que   siendo   un  proceso evidentemente  orgánico adopta en un 15% de los casos sintomatología de proceso psíquico, a veces con síntomas  esquizofrénicos  de  primer rango. También hay que admitir la afinidad entre el proceso  psíquico y el desarrollo, donde pueden aparecer cuadros mixtos e intermedios, como en los drogodependientes  y los alcoholómanos, quienes evolucionan en dos fases: la primera con características intermedias   entre el proceso psíquico y el  desarrollo; la  segunda,  como un proceso orgánico temidiado.

En  definitiva  en  el  desarrollo  la anomalía es de tipo cuantitativo. Como se nos presenta en las reacciones vivenciales anormales, los desarrollos anómalos neuróticos o en los psicopáticos. Son simplemente exageraciones de rasgos de la personalidad  que  también  están presentes  en  los  sujetos  normales,  pero  menos acentuados. Estas exageraciones son en su mayoría psicológicamente comprensibles, no rompen la continuidad de sentido de  la vida  psíquica, no se quiebra el hilo biográfico.

Es cierto que en los desarrollos existen datos incomprensibles, pero, esto ocurre además en el devenir normal de la personalidad. Si analizamos las etapas de maduración del individuo, captamos que escapan en algo a la total comprensión psicológica debido a que la maduración implica la puesta en marcha de mecanismos endógenos los cuales no son, como lo plantea H. Tellenbach (1969), ni somatógenos ni psicógenos, sino, que provienen del endon y no son por lo tanto asequibles a la comprensión. Además, nadie puede negar que toda existencia humana posea, en algunos de sus aspectos, un cierto grado de absurdidad.

Por otro lado, lo que el proceso nos presenta no guarda relación alguna con la vida psicológica normal, aparece un sujeto nuevo, diferente al que había sido hasta entonces porque la anomalía psíquica es del orden cualitativo. La continuidad histórico-vital se ha perdido. El proceso no es una exageración de rasgos como ocurre en las neurosis, es la aparición de “monstruosidades psicológicas” en el sentido de López-Ibor.

También pueden presentarse algunos datos comprensibles en el proceso porque el hombre se enfrenta a la enfermedad, a la quiebra de la continuidad de sentido como un todo y utiliza en ello áreas sanas, no alcanzadas por el proceso. Esto hace comprensibles algunos aspectos de la locura.

La finura del pensamiento de Schneider se muestra también en el estudio de la comprensión pues entendió  que  había  una  diferencia  entre   la comprensión del  contenido de  las vivencias y la comprensión de las formas de la vivencia. Mientras que para Jaspers la comprensión de la conexión de sentido  se  hace  de  un modo empático, Schneider postula que para aprehender la estructura de la vivencia anómala  debe usarse la comprensión racional cuyo  instrumento no es la penetración empática de lo  experimentado por el individuo, sino la representación de la vivencia. En lugar de la comprensión afectiva,  se usa la comprensión lógica. Schneider (1962) advierte que la percepción delirante como arquetipo de vivencia morbosa, no es asequible, ni a la comprensión lógica ni a la afectiva.

Lo que se intenta es poner en relación el estado  psíquico presente con la totalidad del desarrollo  histórico-vital,  para  ver  si  posee “legitimidad” o continuidad de sentido.  Para ello, abre una nueva vía de estudio psicopatológico al introducir los términos “Dasein” (Ser-ahí) y “Sosein” (Ser-así).

El Dasein es el existir del estado psíquico actual, el ser-ahí de  la psicosis. El “Sosein” es el ser-así.

El Dasein o estar-ahí no es la forma de la vivencia anómala, sino, que debe entenderse como la continuidad de sentido, la conexión de sentido histórico-vital o la legitimidad de sentido del estado psíquico actual como cualidad presente en el desarrollo y ausente en el proceso.

Alonso-Fernández (1976, 1979) postula que el “ser-ahí” (Dasein) es sólo una modalidad  temática: “El “qué” del existir (Dasein) no es otra cosa  que  “lo  qué”  o  el  “cómo”  del  “ser-así” (Sosein), pero tomando una referencia temporalmente mucho más amplia. La legitimidad de sentido del “Sosein” encierra el problema de la dependencia de la vivencia actual respecto a un espacio breve del pasado. La legitimidad de sentido del “Dasein” se refiere al vinculo de sentido de la vivencia actual con un espacio de tiempo más prolongado, incluso con  la totalidad del  desarrollo de  la vida, es decir,  con la continuidad de sentido de la vida psíquica“.

Reuniendo los puntos de vista de Witter (1963) y los suyos, Alonso-Fernández (1976 y 1979) concluye  que  “el Sosein recoge los aspectos temáticos y formales de un corte transversal de la vida psíquica actual, y que el “Dasein” representa los  aspectos  temáticos  y  formales  de  un corte longitudinal  de  la  vida  psíquica  y  el  pasado biográfico  completo.  En  términos  estructurales, diríamos que el “Dasein” constituye lo diacrónico, y el “Sosein” lo sincrónico”.

Si uno se detiene en hacer un estudio cuidadoso de  cualquier psicosis de seguro que encontrará relaciones de motivo entre los temas psicóticos. Para el tema de la vivencia delirante primaria es seguro encontrar un motivo actual para su comprensión; pero, lo que resulta incomprensible de todos, tanto desde el punto de vista afectivo, como desde una óptica racional es que el hombre se haya vuelto delirante y la forma de experimentar dicho delirio.

Esto es así porque la irrupción del fenómeno “volverse delirante” implica por sí solo la ruptura de la continuidad de sentido de la vida psíquica.

Por todo esto no compartimos el criterio implícito en las distintas versiones del DSM según el cual las psicosis son meras exageraciones de rasgos de la personalidad. Para que una vivencia pueda ser calificada de psicótica tiene forzosamente que constituirse en un novum psíquico, en algo que no existe en la vida psíquica normal. Es un salto cualitativo, no es cuantitativo.

Por un lado, tenemos que habérnosla con anormalidades cuantitativas, que son las variantes anómalas del modo de ser psíquico. Por otro lado, con  anormalidades  cualitativas, que son las psicosis, siempre reconociendo la existencia de cuadros intermedios y mixtos que se dan entre ellos.

La variante psíquica anómala posee las características de tener un origen psicógeno, ser una  anomalía  simplemente  cuantitativa,  pero de grado  importante y de sentido negativo. Está catalogada como desarrollo anómalo o como una reacción vivencial anormal.

Las anormalidades cualitativas o enfermedades mentales sensu stricto se acogen a las siguientes condiciones: tener un origen somático, representar una anomalía cuantitativa y la de ser asequible a la explicación siguiendo el modelo de  la medicina somática y, por supuesto, permanecer psicológicamente incomprensible. Se describen en la psicopatología como proceso.

Como  explicamos  más  arriba  el  proceso puede ser orgánico o psíquico y hablamos de la afinidad entre el desarrollo y el proceso psíquico. Pues bien, allí donde surjan vivencias impuestas, monstruos  psicológicos  estructurales; en suma, donde haya un desgarramiento de la continuidad de sentido  jamás  aceptaremos la presencia de  un desarrollo  anómalo,  sino, la aparición de un proceso psíquico. En este  constataremos que se reducen las disponibilidades de la mismidad y de la referencia al mundo, así como que el sujeto crea un nuevo mundo, un mundo autístico un mundo centrado en extremo en la subjetividad.