DSM-5-Carta Dr. José Coronado(1)

Santo Domingo

8 de junio de 2014 

Distinguido Profesor Carlos de los Ángeles: 

Me sumo de manera entusiasta al grupo de profesionales de la Salud Mental que le han expresado un justo reconocimiento por su larga trayectoria como docente inigualable, tanto por el nivel de información que maneja, como por su disposición a transmitirla sin mezquindad ni avaricia, alejado de la altanería, de la soberbia  y de la intolerancia que tan a menudo caracterizan a los que se creen dueños absolutos de la verdad. 

Aprovecho la ocasión para plantearle algunas inquietudes que me han surgido al leer en la red las opiniones de voces autorizadas, como las del Dr. Manuel Montes de Oca (antiguo compañero de la universidad), y las de otros reconocidos profesionales,  en torno a las críticas que formulan en contra del DSM y de la práctica psicofarmacológica actual. 

Mi preocupación se fundamenta en el hecho de que los psiquiatras de mi generación, y creo que los de la actualidad también, nos formamos estudiando el DSM, fuente que nos sirvió de guía para reconocer y diagnosticar los trastornos mentales. Del mismo modo, durante nuestro entrenamiento se nos vendió la idea de que el descubrimiento de los principales psicofármacos, a partir de la década de los cincuenta, plantó los cimientos de la nueva psiquiatría, lo que permitió combatir eficazmente la psiquiatría de manicomio y sustituirla por la psiquiatría comunitaria, que promovía la humanización de los pacientes a través de su reinserción en la familia y en la comunidad como entes útiles y productivos. 

Si no he interpretado mal lo que leído, esencialmente los críticos opinan que el DSM es inservible y contraproducente, del mismo modo que utilizar psicofármacos es una práctica en extremo arriesgada, que termina perjudicando más que beneficiando a los pacientes, en la inmensa mayoría de los casos. En otras palabras, los médicos que utilizamos psicofármacos de alguna manera somos “tontos útiles” de las grandes compañías farmacéuticas, lo que nos convierte en profesionales con licencia para dañar, cuando no para matar. 

Si esto es así, entonces, ¿qué queda en pie? Solo veo dos soluciones posibles: que a los psiquiatras que nos formamos de manera tradicional nos quiten el exequátur o que nos envíe de nuevo a las residencias para reiniciar nuestra formación, pues todo lo que aprendimos fue un conjunto de mentiras perjudiciales. 

Considero que ante la gravedad de estos cuestionamientos es preciso que la crítica se enfoque de ahora en adelante en presentar soluciones alternativas concretas, a nivel diagnóstico y terapéutico, avaladas por la investigación científica, que demuestre su clara superioridad sobre los modelos actuales. 

Para ayudar en ese sentido, les pido que elijan una de las enfermedades mentales más comunes —por ejemplo, Depresión Mayor, Trastorno Bipolar o Esquizofrenia— y establezcan los criterios para su diagnóstico (por supuesto, al margen del DSM) y manejo (por supuesto, al margen de la psicofarmacología actual). 

También sugiero plantear soluciones que den respuestas apropiadas a nuestra realidad psicosocial, como por ejemplo, la estrategia que se debe seguir cuando nos enfrentamos en nuestros hospitales con decenas de pacientes abarrotando los consultorios de salud mental (¿nos detenemos a hacer psicoterapia breve con cada uno de ellos, dedicándoles entre 45 minutos y una hora, por lo menos dos veces a la semana durante un mínimo de tres meses?; ¿les retiramos el litio de mantenimiento a los pacientes bipolares y los antipsicóticos a los esquizofrénicos?). 

No es mi intención cuestionar las voces autorizadas que critican el quehacer psiquiátrico actual, ni tengo ningún interés particular en defender a las farmacéuticas. Sin  embargo, al decirnos que nuestra formación estuvo basada en fuentes erróneas y que nuestras principales herramientas psicofarmacológicas son sustancias venenosas, que no corrigen lo que pretenden, hemos sido despojados de los recursos  que sustentan la base de nuestro ejercicio y nos convertimos en caricaturas de profesionales, verdaderos peligros públicos que deberíamos ser impedidos de entrar en contacto con los pacientes. 

Dr. José Daniel Coronado Méndez